La feliz Caracas por Michelle Santos Uzcategui

Gabriel García Márquez aseguró que la primera vez que escuchó sobre la capital venezolana fue en una frase del Libertador Simón Bolívar: “la infeliz Caracas”. Desde entonces, pocas veces escuchó esa palabra de tres sílabas sin que fuese precedida por el trágico adjetivo. Hoy, unos 35 años después de su Memoria feliz de Caracas, la ciudad sigue siendo víctima del adjetivo y de muchos un tanto peor.

Yo nací en Caracas, pero nunca he vivido ahí. A excepción de unas semanas después de la tragedia de Vargas en el año 1999. Sin embargo, la vivo a diario desde que comencé mis años universitarios y me siento casi caraqueña. De hecho, suelo manejar mejor en sus calles que en las de La Guaira, la ciudad donde vivo.

De chiquita me encantaba Caracas por el clima, de lejos mejor que el guaireño, y porque era lo más parecido a las ciudades que veía en las películas. En mi falta de cultura e inocencia infantil, llegué a pensar que las torres de Parque Central eran las famosas Torres Gemelas de los Estados Unidos, ¡qué osadía!

De alguna manera Caracas era el mundo para mí. No sé bien en qué momento ocurrió que la dejé de mirar con extrañeza, que su metro dejó de ser atemorizante y desconocido, que sus calles comenzaron a ser amigables y mucho menos sé cuándo todo eso se revertió. O quizás fue, simplemente, que internalice la manera en la que la viven sus ciudadanos.

Caracas es humo, basura y violencia para muchos, pero también es alegría, vitalidad y modernidad para otros. Caracas, para mí, es cultura y arte. Es arquitectura. Es nuestro sueño americano. Es icono de Latinoamérica y el mundo. Es la señal de que ya voy llegando a casa después de un largo viaje en automóvil por Venezuela. Es justo ese sentimiento de hogar. De pertenencia.

No vivo en Caracas, pero amo la vista a El Ávila como si lo hiciera. Lo venero como si de mi casa pudiese ver el Humboldt y me enamoro de los lugares en los que, en efecto, puedo verlo. Es una ciudad que inspira a educarse y a aprender, porque si de algo se ha encargado sus habitantes es de hacer cultura y sociedad. Se dice que las ciudades son las personas y las personas hacen las ciudades.

Si Caracas es su gente, es gente bien pana, pero a la que hay que tenerle respeto cuando se molesta. Porque sí, también debo admitir que Caracas es miedo y terror, pero no existe ciudad que no pueda ser todo lo bueno y todo lo malo a la vez. Para valorar lo que ofrece, hay que saber que está en ese equilibrio entre lo terrorífico y lo maravilloso.

También Gabo comentó sobre ella que era como esas cosas que no pueden ser amadas sino por quienes las padecen. Y ahí radica el secreto del amor hacia ella. A Caracas no puedes amarla sin odiarla un poco. Ni odiarla sin sucumbir a sus encantos.

No puedes quererla sin detestar su tráfico interminable e irracional, o su inestabilidad climática. Ni mucho menos lo poco práctica que es cuando llueve.

Tampoco se escapa al odio lo sobrepoblada que está. Caracas es esa relación del “no le voy a escribir, pero no puedo evitar responderle”. La puedes intentar ignorar mientras no esté ahí, pero apenas se asome un poco, perdiste.

Queremos vivirla sin más miedo que el que genere la emoción de conocer cosas nuevas. Queremos vivirla como fue en su época dorada. Queremos vivirla con oportunidades y progreso. Queremos darle todo lo que le han quitado y todo lo que merece. Queremos que nadie nunca más tenga que usar adjetivos negativos para describirla. Ni siquiera Gabo, si estuviese vivo.

Por Michelle Santos Uzcategui

Michelle Santos Uzcátegui
Fashion, Travels & Lifestyle and Content creator telling stories
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