No somos más de mil: Tattoo

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Chiara Ferragini considerada una de las influencers más famosas de las redes sociales se casó recientemente en una ceremonia llena de lujos y clichés, entre flores blancas, luces y un clásico vestido de alta costura de Dior, como cualquier princesa europea, pero el novio Fedez fue lo mejor. Ella escogió el chico malo del salón, un rapero de 27 años, obvio más joven que ella, nacido en Milan. Músico y compositor, en sus canciones habla del amor, de la política, o de la superficialidad humana, y aparte de su estilo lo que más identifica al cantante son sus enormes gorras, sus franelas Gucci o Suprema, y lo más provocativo: sus tatuajes.

The Ferragnez

El día de la boda las redes se llenaron de imágenes que no atraían mi atención, hasta que vi un primer plano de ella inmaculada entre encajes, tules y diamantes, plena de amor ante el rapero, con ese aire desprendido de convencionalismos y claro, muy tatuado.

La gente tiene una opinión muy dividida sobre los tatuajes, algunos los admiran otros no los soportan y hasta los condenan, yo en algún momento quería tatuarme y no me atrevía, sentía que perdía el encanto clásico del caraqueño refinado (¡qué pavoso!), o que no tenía la edad ni el físico ideal para hacerlo, pero nunca dejaba de ver cuánto programa de cable tratase de tattoos y claro, ni hablar si me topaba con algún brazo fornido y delineado con carácter y arte.

Leí por allí en alguna página web un estudio reciente que revelaba la inmensa atracción hacia las personas tatuadas, lo que va mucho más allá de la estética, lo percibimos con mucho morbo. Los tatuados suelen tener una autoestima elevada y algo en lo que no había profundizado mucho, temas de dominación. El tatuado es el que domina claro, algo así como un macho Alfa.

Me decidí a tatuarme. En Europa fluía más, pues sentía que aquí los machos Alfa no tenían reparo ni con la edad ni con la superioridad física, aquí era más democrático eso de mostrar un tattoo. Comenzó la búsqueda, investigue y empecé a visitar artistas del tatuaje. Nunca me sentí involucrado con ninguno, sus espacios me ahogaban como su estética, en su mayoría demasiado gótica, no me pertenecían para nada. Al final me olvidé del tema, sentía que estaba muy viejo para eso.

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Un día caminando por cualquier avenida de Valencia me encontré con una vitrina que más que un estudio de tattoo parecía una galería en Chelsea, con un aire minimalista y pocos muebles sutilmente escogidos. En ese ambiente apareció Carmen, bella y sobre sus cincuenta, lo que aún más me identificó, llevaba un vestido de COS en navy blue. Después del preámbulo de quienes somos, apareció Fer, un vasco con barba y con mucho rollo más joven que ella. Era su esposo, que es lo más importante, bueno él, un artista del tattoo.

 

 

Me dejé seducir por este par de guapos. Me tatuaron mi antebrazo izquierdo de un tamaño considerable, yo me sentí que era del mismo grupete de Adam Levine y ahora pronto voy a por el segundo, pero sin ningún tipo de complejo me voy a tatuar el minicooper de rayas de Paul Smith.

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