Emigrar es vivir por Sofía Aguero

Me he ido de Venezuela en 3 ocasiones diferentes. Cada ocasión, una historia inolvidable. Una historia que me marcó la vida.

Cuando tenía 15 años, a mi papá le salió un trabajo en Bogotá y nos fuimos toda la familia a acompañarlo. La primera vez, no fue nada fácil. Me fui prácticamente obligada. Lloraba todos los días. Me negaba a pensar que ya no iba a ir al mismo colegio, ya no vería a mis amigas todos los días, ya no podría visitar a mi abuela siempre que me provocara. Recuerdo situaciones en las que mi mamá me llamaba para que buscáramos juntas el nuevo colegio en el que iba a estudiar y yo me encerraba en mi cuarto a seguir negándome a la idea de dejar mi hogar, mi país, mi vida.

Fue después de un tiempo que entendí el favor que me hicieron mis papás. Me abrieron la mente, me hicieron descubrir lo que nunca me hubiese podido imaginar cuando vivía en Venezuela. Nuevo colegio, nueva casa, nuevas amistades, nuevos paisajes, nuevas calles. Así fui creciendo. Estudié los últimos 3 años en un colegio en Bogotá y me volví a ir. Pero esta vez quise dar un paso más grande.

Decidí irme sola a vivir en Londres. Quería independizarme, quería una nueva experiencia. Y así fue. Viví un año en Londres. Un año realmente gratificante. Un año de trabajo duro y ahorro. Pero un año que me permitió encontrarme, descubrir aspectos de mi ser que nunca imaginé poder tener.

Todos los días en Londres eran una nueva aventura. Me iba con mi mejor amiga a la estación central de trenes y viajábamos a la ciudad que nos llevara el destino. Y así, continuaba mi historia. Museos, caminatas, deliciosos croassants, paseos en bicicletas, nuevas amistades, nuevos ciudades, nuevos lagos, nuevos bosques. Me encontraba cada día con más ganas de explorar ese mundo, tan lejano al de costumbre, en el que me encontraba.

Al terminar el año, regresé a Venezuela y comencé a estudiar psicología en la UNIMET. Sinceramente, no me hallaba. Mis viejas amistades se mantenían exactamente igual a como las había dejado. Todo era igual. Mientras yo me encontraba en un profundo progreso de mi persona, mis amigos pensaban en las mismas fiestas, la misma gente, los mismos planes.

Sin embargo, fueron pasando los meses y comencé a conocer gente diferente. Quizás más a fin a mis intereses. Empecé a disfrutar más de la playa, de la montaña, de mi familia. Pero ya sabiendo que mi vida no pertenecía a aquel lugar. Ya sabiendo que es mi país y mi hogar, pero quizás ya estaba acostumbrada a otro estilo de vida.

Mientras tanto, mi hermano estaba viviendo en Holanda y me dijo un día que me fuera con él a trabajar y luego estudiar en una universidad de Europa. Y así fue. Estoy ahorita en Holanda. Un país liberal, de avance, de gente de todas partes del mundo. Un país que te brinda progreso. No niego que hay días que extraño un abrazo de mis papás o ciertos momentos emotivos cuando estábamos los 4 juntos. Sin embargo, estoy tomando el rumbo de vida que yo elegí.

Definitivamente, cuando te vas de tu país, ya sea al país vecino o a uno que tardes 2 días para llegar, tu vida cambia por completo. Pues irte implica emprender un nuevo rumbo. Salir de tu zona de confort y adentrarte a una idiosincrasia completamente diferente a la de costumbre.

Irte te permite encontrarte, crecer, enfocarte en lo que quieres. Descubrir quien eres, de donde vienes y a donde vas. Valorar cada segundo, cada persona, cada momento. Comenzar a entender la importancia del tiempo y el dinero. Mantener aquellas viejas y hacer nuevas amistades de todas partes del mundo.

Asimismo, emigrar requiere de esfuerzo y sacrificio. Es esencial involucrarte con la cultura, abrir tu mente, tus creencias y pensamientos. Manteniendo siempre la mejor actitud y dando diariamente lo mejor de ti. Sacando ese infinito potencial que te permite una vez más arriesgarte y dejar que la vida te sorprenda, así como lo hizo conmigo ese día que estaba encerrada en mi cuarto llorando, porque no me quería ir del país.

Por Sofía Aguero

TendencyBook