Le he tenido pavor al bisturí, me da terror no tener suerte con el cirujano y quedar con el semblante destrozado, transitando por la vida como si fuera parte de una exhibición itinerante de una muestra de Picasso, de sentir que soy el rostro viviente de uno de sus cuadros: con un ojo más arriba y otro más abajo, con las cejas alzadas como persianas atascadas que no se pueden bajar.
Practicarse una cirugía siempre es un riesgo, hay que consultar primero con el astrólogo, no sea que te la practiquen un día de mal aspecto y te conviertas en otra dolorosamente distinta, que comiencen entonces a llamarte “La Picasso”, que mates del susto al prójimo cuando te encuentren de sopetón en algún lugar oscuro y solitario.
“La arruga es bella”, como afirma el controversial slogan lanzado por el diseñador Adolfo Domínguez.
Vemos casos bastante frecuentes de personas que fueron realmente hermosas, pero que luego ofrecen una visión verdaderamente estremecedora, son patologías que atienden a una deliberada deformación física, son adictas a las cirugías plásticas, no saben cuándo parar y se la pasan haciéndose estiramientos, cócteles vitamínicos e inyecciones de botox.
La toxina botulínica es uno de los venenos más poderosos que existen, eso lo explica muy bien Wikipedia, pero ni por curiosidad se les ocurre investigar cómo podría resultar la apariencia de su cara antes de decidir si se inyectan una sobre dosis para eliminar sus líneas de expresión, aunque, por fortuna, el efecto del botox tiene fecha de vencimiento.
Es muy común ver caras con una impavidez en los gestos, la sonrisa congelada y un rostro pétreo, deformado por las continuas infiltraciones de la peligrosa neurotoxina, o con el semblante destrozado por el bisturí; para colmo, algunas -y algunos también-, les da por colocarse una de esas narices producidas en serie, que con solo un vistazo cualquiera se percata de que es artificial. Se hubieran ahorrado dinero y algunos disgustos de haber creído el consejo de que “la arruga es bella”, como afirma el controversial slogan lanzado por el diseñador Adolfo Domínguez.
Las arrugas no son bellas ni feas, simplemente son huellas que deja la vida.
Cuesta creerlo, porque nos han dicho por todos los medios posibles que el envejecimiento normal es prácticamente una anomalía física, critican -por ejemplo- a Carolina de Mónaco, aunque se vea estupenda, porque no ha pasado por el quirófano y les parece que Isabel Presley es un ejemplo a seguir, cuando la verdad es que no aguanta una estirada más.
La mayoría de las personas piensan que las arrugas son feas y no soportan verlas ni en un mantel de lino, insisten en mantenerse en la adolescencia aunque viven en un mundo envejecido.
Las arrugas no son bellas ni feas, simplemente son huellas que deja la vida, absolutamente respetables y necesarias para que el rostro tenga una apariencia naturalmente expresiva. Suavizar, atenuar o difuminarlas es la opción más inteligente cuando se tiene a la mano una gran variedad de sueros tensores y cremas que ofrecen las grandes casas cosméticas, basadas en los resultados asombrosos de sus prestigiosos laboratorios. Sus innovaciones y magistrales fórmulas te permiten ser un manual viviente de cómo mostrar los años sin parecer una pasa.