La belleza sin intelecto es belleza sin un propósito

Una de las tendencias naturales que existe en el ser humano es la inclinación innata hacia la belleza. Naturalmente, somos atraídos por aquello que es bello y lo buscamos cueste lo que cueste. Por ejemplo, tenemos una fascinación esencial por contemplar la belleza de los paisajes naturales del mundo, al punto que no existe fuerza ni obstáculo que pueda detenernos.

Como sea que se considere, la belleza produce determinados efectos cuando se capta y se comprende, como la alegría y el goce. Tales estados sirven más para definir a la belleza que las palabras que puedan describirla. La belleza se reconoce principalmente cuando se le encuentra, por los maravillosos efectos que produce.

Tenemos una fascinación esencial por contemplar la belleza de los paisajes naturales del mundo, al punto que no existe fuerza ni obstáculo que pueda detenernos.

Las normas para definir los criterios de belleza varían con cada sociedad, cada pueblo, cada religión e incluso cada individuo. Aquello que puede ser bello para una persona, puede no serlo para otra.

Para alcanzar estas reglas es necesario separar la belleza material de la espiritual, pues las normas para cada dimensión son diferentes.

Por eso, es importante que el ser humano dé preferencia a sus inclinaciones espirituales e intelectuales por encima de sus anhelos físicos. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo de aquello que está intrínseco en él.

Es necesario separar la belleza material de la espiritual, pues las normas para cada dimensión son diferentes.

Confiar en uno mismo marca una gran diferencia. Si todos estamos conscientes de nuestras cualidades y defectos, podemos funcionar mejor como personas. En consecuencia, mostraremos siempre una apariencia física agradable a la vista de los demás.

Recordemos que la belleza externa, si no está acompañada de belleza interna, suele cansar muy pronto; y esta última siempre es de valor duradero.

Por Javier Saavedra

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