Louis Vuitton siempre ha sido sinónimo de lujo para los viajeros, desde el inicio el empresario tenía claro que el ADN de su marca era el arte del viajero o l’ art voyage. En su primera tienda se podía leer en un letrero en la entrada que decía《Empaca de forma segura los objetos más frágiles. Especializados en empacar moda》. Y hoy seguimos empacando nuestros sueños en sus lujosas maletas.
La historia empresarial de Louis Viitton tuvo un antes y un después del lanzamiento del Speedy Bag, no fue hasta 1930 cuando la marca diseñaría su primer bolso de uso cotidiano, o que fuese de disposición inmediata para un viaje exprés, siendo una versión más pequeña del Keepall, el clásico de las celebridades y el Jet Set.
Se caracteriza por ser especialmente espaciosa y resistente, tiene un ancho de 30 cm y un estampado continuo del monograma LV. Su cierre va en una dirección siendo adornado con un candado de lado, sus asas están confeccionadas en piel de Vachetta y su estructura en sí tiene muy poca rigidez.
Pero, es ahora cuando viene un giro inesperado de los acontecimientos en el que Audrey Hepburn le pidió a Henry Vuitton —bisnieto de Louis Vuitton y Director Comercial en ese entonces— hacer una versión más pequeña, bolso que se convertiría en el imprescindible de Sophia Loren.
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Desde entonces los directores creativos que pasan por Louis Vuitton reinventan una y otra vez el emblemático bolso. Lo hemos visto en décimos, con graffitis o con icónicas colaboraciones como lo fue la de Yayoi Kusama.
Noventa años después, sigue siendo el bolso predilecto del mundo entero, no sólo por su resistencia, durabilidad y sinónimo de estatus sino porque el Speedy Bag sigue siendo en cualquiera de sus variantes un modelo cotidiano que se convierte en el compañero ideal para un viaje relámpago.